Dialogar con nuestra alma es, en realidad, el primer paso para una amistad sana
Por el Dr. Silvano de Jesús de Anda Ibarra, Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)
“El diálogo del alma con ella misma” –Dianoia, en griego antiguo– es un hermoso, profundo y reconfortante legado de Platón. Dialogar con nuestra alma es en realidad el primer paso para una amistad sana, asà es, curiosamente la comunicación con nuestra propia individualidad y aceptación de nuestra identidad, a través de este diálogo, es el primer paso para aprender a comunicarnos con quienes nos rodean y aceptarlos tal cual son.
Sin embargo, «dianoia» no es simplemente “platicar de cualquier cosa y ya”, más bien, es aprender a plantear las preguntas adecuadas –y despuĂ©s tener el valor de plantearlas– con la intenciĂłn de concientizarnos sobre aquello que, en nuestro presente supone un obstáculo para alcanzar la excelencia de nuestro ser. Sin una relaciĂłn amistosa con nosotros mismos, difĂcilmente lograremos una relaciĂłn amistosa con los demás.
Hace diez años me daba a la tarea de escribir un texto titulado “ConfesiĂłn de un HipĂłcrita,” en el cual exponĂa las razones de por quĂ© la amistad es un imposible y, cĂłmo habĂa sido yo un hipĂłcrita al haberme nombrado amigo de muchos. ÂżDialogaba yo con mi alma en ese tiempo? No del todo, más bien sĂłlo ponĂa atenciĂłn a aquello que “me hacĂa sentir bien” aunque no fuera lo adecuado, y confinaba toda incomodidad a la dimensiĂłn más obscura de mi ser. Sin embargo, llegĂł el momento cuando mi obscuridad alcanzĂł tal magnitud que fui presa de ella y terminĂ© escribiendo envuelto en la penumbra de la necedad, violentando a toda aquella persona que me brindara su amistad. Por fortuna, no tardarĂa en encontrarme con la filosofĂa.
FilosofĂa: claridad del panorama
Mis profesores me explicaron que la filosofĂa no es una carrera de velocidad, es un caminar tranquilo que permite ver con claridad el panorama, de lo contrario, cuando menos lo esperemos caminamos por el sendero de la necedad e insensatez.”
Mis compañeros, por otro lado, reconocĂan mi potencial para la filosofĂa, y curiosamente, esa actitud de cuestionar todo cuanto me fuera posible, ese hábito de reflexiĂłn constante que durante toda mi vida terminaba por excluirme de mi familia, de mis amigos, de mis parejas –llevándome a un remolino emocional de incomprensiĂłn– fue lo que ellos más apreciaron de mĂ.
AsĂ, con paciencia, comprensiĂłn y disciplina, mis profesores y compañeros fueron apoyándome en desarrollar el valor de plantear las preguntas trascendentes para lograr la excelencia de mi ser, me fueron enseñando a dialogar sanamente conmigo mismo –dianoia no es hablar por hablar–, tal actitud ha hecho que trabaje en mis defectos, pero tambiĂ©n a aceptarme reconociendo mi esfuerzo y crecimiento constante.
He aprendido a ser recĂproco, por ello los acepto de la misma forma que ellos me aceptan a mà –con virtudes y defectos–, y les apoyo a que sean aĂşn mejores cuando me es posible.
Aristóteles escribió: “la amistad sólo puede lograrse entre personas virtuosas.” Si tenemos el valor de preguntarnos constantemente cómo ser mejores, si nos enfocamos en ser virtuosos, cuando menos lo esperemos gozaremos de la amistad genuina.
