
Por: David Ed Castellanos Terán.
@dect1608
En un mundo donde el fútbol suele servir como refugio para escapar del caos geopolítico, Donald Trump volvió a demostrar —para bien o para mal— que su estilo rompe esquemas, incluso cuando el balón aún no rueda.
La reciente visita de la Juventus a la Casa Blanca, en el marco del Mundial de Clubes, no sólo fue una postal diplomática, sino una escena que pareció sacada del guion de una tragicomedia política donde la pelota, de pronto, fue lo de menos.
Pero detenernos únicamente en la incomodidad que vivieron los jugadores italianos sería un acto superficial. Detrás de las preguntas punzantes, del tono irreverente y hasta de la incomodidad generada por el magnate estadounidense, hay un fondo que vale la pena analizar: la disposición —genuina o provocadora— de Trump para convertir una simple reunión con un equipo europeo en un foro global para hablar de paz, inclusión y hasta identidad de género.
¿Improvisación? Sin duda. ¿Irreverencia? También. Pero algo queda claro: Donald Trump no es un político común, y eso lo saben en Estados Unidos y lo entienden aún más fuera de sus fronteras.
A su estilo, Trump trajo a la mesa temas que arden: Medio Oriente, inclusión trans en el deporte, la presencia femenina en ligas masculinas… todo esto frente a Weston McKennie, Tim Weah, Manuel Locatelli y otros cracks de la Juventus que, pese a su estatura mediática, se vieron opacados por la contundencia de un líder que jamás ha temido tocar los temas prohibidos. Incluso Giorgio Chiellini, hoy estratega del club, miraba con la mesura de quien sabe que la diplomacia también es un arte que se juega sin balón.
El mandatario de Estados Unidos dejó claro que, aunque su relación con el deporte ha sido muchas veces polémica —como cuando criticó a jugadores de la NFL por arrodillarse durante el himno—, también es cierto que ve en el deporte una vía de conexión con las masas. Su interés no era saber si Vlahovic jugaría de nueve o si Koopmeiners recuperaría balones: quería saber si están listos para vivir en el nuevo orden social, ese que incluye mujeres trans, derechos civiles y decisiones de guerra con consecuencias globales.
Trump, como pocos líderes contemporáneos, entiende que cada micrófono es una oportunidad y cada cámara, una trinchera. Lo que para algunos fue una escena bochornosa o fuera de lugar, para él fue el campo ideal para colocar su visión del mundo. Y, paradójicamente, lo hizo en presencia de un club que históricamente ha sido símbolo de poder, tradición y hasta conservadurismo europeo.
En esta jugada, el exmandatario no buscaba ganar votos con los juventinos ni vender entradas al Mundial de Clubes. Trump, en su particular forma de hacer política, simplemente mostró su esencia: un líder que —como el fútbol— no se detiene, que juega en todas las canchas, incluso en las más polémicas.
La pregunta incómoda que lanzó sobre si los jugadores aceptarían compartir cancha con una mujer trans no fue sólo una provocación, fue también un termómetro social, un intento de medir hasta dónde llega la diplomacia deportiva cuando se confronta con la política de identidad. Nadie respondió con vehemencia. Nadie protestó. Solo Weah, el estadounidense del grupo, respondió con nobleza: “Tenemos un equipo femenino muy rápido”. Y Trump, sin dejar escapar la oportunidad, remató con ironía: “Y me imagino que no las harían jugar con ustedes”.
Se podrá criticar su tono, su insistencia o su estilo, pero negar la inteligencia política que hay detrás de cada gesto sería necio. Trump sigue demostrando que la política global se juega también en los terrenos donde menos se espera: en un vestidor, en una sala de prensa… o en la Casa Blanca, con una Juventus atónita.
Lo cierto es que, más allá del ruido, Donald Trump ha entendido algo que otros líderes apenas están comenzando a procesar: que los deportistas de élite, los medios y los líderes políticos están condenados a dialogar, les guste o no, sobre los grandes temas del siglo XXI. Y en esa conversación, él siempre quiere tener la última palabra.
En la intimidad… Lo que sucedió ayer en la sala de Cabildos del Ayuntamiento de Tampico, es un grito de auxilio y de rescate al gobernador Américo Villarreal Anaya.
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