*** Anécdota – “Cuando la belleza no fue suficiente”
Por: Edy Pintor.
Hubo un tiempo en que trabajé para Benito Gordon, el legendario joyero y apreciador de gemas cuya firma era sinónimo de prestigio y perfección. En los display rooms de la casa Gordon —santuarios de luz, cristal y elegancia— aprendí que el diamante más valioso no siempre es el más grande, sino el más difícil de olvidar.
Una noche, en un open bar privado, durante una exhibición de diamantes, rubíes y zafiros, el ambiente relucía como un firmamento contenido en vitrinas. A mi lado, una neoyorquina de ascendencia judía, joven, culta, con esa belleza que parece venir de otra época. Frente a nosotros, un anglosajón imponente, de ojos azul turquesa, cuerpo de fisicoculturista y sonrisa impecable. Él llegaba en un Ferrari rojo; yo conducía un Granada viejo, con los cristales caprichosos y sin aire acondicionado. Pero vestía bien: tirantes, casimir, abrigo de piel y el cabello perfectamente peinado. La elegancia, al fin y al cabo, no depende del motor.
Conversamos los tres. Él ofrecía su apariencia; yo, mis palabras. Él mostraba fuerza; yo procuraba encanto. Al finalizar el evento, ella decidió acompañarme a cenar. Y durante quince días, antes de regresar an Anchorage, en Alaska, fue mi novia.
Mucho tiempo después comprendí la lección que aquella joya humana me dejó grabada:
cuando la belleza no basta, el talento enamora…
Me fue leve…


