
Por Juan Marcos Gutiérrez González-Irigoyen.
Hace poco, ante justificados y acumulados reclamos al expresidente López Obrador por su gestión ineficaz y corrupta, la actual Presidente heredera salió en su defensa de inmediato espetando en tono de reclamo y enfado a la vez: “ya dejen en paz a López Obrador”.
La exigencia presidencial es tan execrable como el tamaño de su cinismo, cuando ella y su aun jefe hicieron del citar, criticar, inventar, acusar, descalificar y distorsionar las gestiones de los expresidentes Peña, Calderón, Zedillo y Salinas, su deporte mañanero en esas longitudinales y huecas conferencias, convertidas en tribunal, timón y fuente “virtuosa” de ocurrencias, elevadas muchas de ellas a política pública. La irresponsabilidad hecha política pública digamos.
Existen dos dimensiones de la rendición de cuentas. La
primera es una de tipo legal, que tiene plazos y consecuencias como podrían ser la desaprobación de cuentas públicas, denuncias penales, administrativas, etcétera. Ello está regulado del artículo 108 al 114 de nuestra Constitución.
La segunda es la rendición de cuentas moral e histórica. Esta última no tiene plazo y es la que le dura a un servidor público, toda la vida y más. Esto último permite por ejemplo que, habiendo pasado más de 170 años, los mexicanos todavía llamamos a cuentas a Antonio López de Santana por la entrega de la mitad del territorio nacional, y nadie ha salido a decir ya “déjenlo en paz”.
Lo anterior viene a cuento porque ahora, luego de pedir esquina e indulgencia para su jefe, resulta que la mismísima Presidente Sheimbaum acosa al expresidente Ernesto Zedillo apoyada en mentiras y cantaletas del oficialismo actual, para luego llamarse a ofensa cuando el último le contesta y critica, por cierto, con muchísima razón.
Corrían los años de 1997 al 2000, y fui diputado federal de oposición frente a Zedillo. En 1998, presidí la Cámara en periodo presupuestal. Fue una relación institucional difícil, pero era democrática y en buena medida republicana, en el sentido de reconocer al otro, en el sentido de jamás adueñarse de la verdad absoluta pero sobretodo, en el sentido de que Ernesto Zedillo gobernó con una oposición que a su vez, fue mucho muy responsable con el país y sin que por ello, el Presidente hubiera obtenido todo tipo de capricho como los que pretenden los titulares del ejecutivo, en tiempos de la 4T.
Frente a los reclamos que Ernesto Zedillo y muchos mexicanos tenemos, respecto del dispendio, obras inútiles, destrucción de instituciones democráticas, desmantelamiento a programas vitales de salud incluyendo el torpe manejo de la pandemia de COVID, así como la colusión del gobierno con el crimen organizado, que la Presidente Sheimbaum venga a hostigar a Zedillo con el tema del Fobaproa, es una franca patraña.
Zedillo logró acuerdos con la oposición para resolver la crisis del sistema financiero, previa auditoría INTERNACIONAL independiente, que la impusimos desde la oposición, en lo que votó a favor el actual titular de la unidad de inteligencia financiera Pablo Gómez, quién era Diputado de oposición por PRD en aquellos entonces.
Si Sheimbaum aceptare una auditoria a las obras faraónicas, nomás de precios y sobre precios; o del manejo de la pandemia; o de los efectos de la destrucción del Seguro Popular y que metan a la cárcel cuando menos, a los cinco principales responsable en cada rubro, familiares del expresidente López incluidos; tal y como obligamos a Zedillo con Lankenau, el Divino y otros banqueros abusivos, entonces platicamos sobre a quien “dejamos en paz”.
Por lo pronto, Zedillo entregó cuentas razonables y si tiene que responder histórica y moralmente, que siga respondiendo con la categoría que lo está haciendo, pero que no pidan que “dejemos en paz” a López Obrador ni a la propia Sheimbaum. No se puede ni se debe acallar la crítica y la exigencia de que responda, quien además de moral e históricamente, aún tiene vivas sus responsabilidades legales. Se llama Andrés.
Juan Marcos Gutiérrez González-Irigoyen.